Leah, una golden retriever abandonada en Medellín, encontró en Andrés Farfán, un motoviajero peruano, al compañero perfecto para recorrer Suramérica. Esta historia narra su travesía y los desafíos de viajar con una mascota.
Por: Akira, @Mochigata, Gata Viajera de 10 años, hermana de Mochigatito (humanito de 4 años) y Cronista felina Oficial de La Revista De Motos.
Maullidos desde mi teclado felino y peludo que llevaba mucho tiempo sin ser usado pero no os preocupeis que he vuelto a mis gatiaventuras y a dejarte con el hocico abierto, porque si piensas que solo los humanos encuentran a su alma gemela en carretera, prepárate para conocer a Leah, una golden retriever que, luego de ser abandonada en Medellín, se convirtió en la compañera inseparable de un motoviajero peruano que lleva ocho años recorriendo Suramérica a bordo de una moto TVS Apache 200.
Leah y el inicio de la ruta
Todo comenzó en marzo de 2022. Medellín fue el punto de partida para una historia de amor sobre ruedas. Leah, una golden retriever de apenas seis meses, había sido dejada atrás por su familia humana. Pero no por mucho tiempo. Andrés Farfán, un motero peruano de espíritu nómada, la encontró justo cuando ambos se necesitaban.
“Le dije: o te subes a la moto o te doy en adopción”, cuenta entre risas el humano que ha recorrido tres países con ella. Leah, con esa nobleza que solo los golden saben expresar con una mirada, se subió sin dudar. Primero en el tanque, luego, como toda reina, en su trono personalizado: un asiento de copiloto diseñado para que viajara relajada, segura y, por supuesto, con estilo.
En moto con un perro
Viajar con una mascota nunca es tarea sencilla. Como cronista que ha compartido asiento juguetes y la pierna del humanito de la casa, lo comprendo con todos mis bigotes. Andrés y Leah enfrentaron desafíos similares: hoteles que cerraban sus puertas al ver una cola moviéndose, atractivos turísticos que no aceptaban animales y rutas donde parar no era una opción, sino una necesidad que Leah comunicaba con educación y uno que otro lametón.
Pero eso no los detuvo. Al contrario, los motivó a crear una alternativa: acampar, quedarse en casas de amigos, disfrutar la brisa de la costa y el silencio de los páramos. Leah, educada y dócil, fue siempre bienvenida donde otros perros no lo eran. Especialmente por los niños, a quienes ella adora con devoción canina y ese toque maternal que a veces también me brota cuando el humanito de la casa llora porque no encuentra su dinosaurio favorito.
Las rutas recorridas
Desde Medellín, Andrés y Leah emprendieron una travesía que todo gato cronista envidiaría, si no fuera porque odio mojarme y a Leah le encanta lanzarse al agua en cada playa. Recorrieron toda la costa Caribe, pasando por Cabo de la Vela, Maicao, Valledupar y Cúcuta. Desde allí, cruzaron los Andes y se lanzaron por el corazón montañoso del país: Duitama, Yopal, Bogotá, Ibagué, Manizales, Armenia, Pereira, Cali y hasta Buenaventura.
¿Nevados? También. Ruta del Cocuy, Armero, Valle del Cocora, el trampolín de la muerte (sí, así como suena), Popayán, Pasto e Ipiales. Desde allí, siguieron hacia Ecuador y luego a Perú, el país natal de Andrés y uno más en la lista de países conquistados por las patas de Leah.
Obediencia en ruta
Leah no solo es hermosa (aunque lo es, admitámoslo, hasta yo me dejaría peinar por ella sino me fastidiaran los lengüetazos). También es obediente, inteligente y atenta. Sabe cuándo parar, cuándo echarse en el suelo, cuándo no ladrar (cosa que yo, por supuesto, no haría jamás… a menos que haya una lagartija de por medio). Su carácter ha sido fundamental para que el viaje no tenga tensiones ni sorpresas innecesarias.
Su alimentación es variada: desde croquetas hasta uno que otro bocadillo que Andrés comparte con ella. Porque claro, si tú compartes el asiento trasero de una moto por miles de kilómetros, lo menos que esperas es un poco de pollo a la brasa, ¿no?
Leah y la comunidad viajera
No hay destino donde Leah no se convierta en centro de miradas. Muchos moteros se sorprenden al ver a una golden viajando como copilota. Y es que la imagen de ella bajando de la moto, estirándose con calma y saludando a todos con su cola, genera un impacto inmediato. En muchas ocasiones, esa imagen derritió la resistencia de administradores de hoteles o cuidadores de parques que terminaban aceptándola por su buen comportamiento.
Amor entre motero y perra
Quizá la parte más conmovedora de esta historia es que, aunque todo empezó como una adopción, el vínculo que Andrés y Leah construyeron va mucho más allá. Se acompañan, se cuidan, se entienden sin palabras. Leah llegó cuando Andrés más necesitaba una compañera. Andrés apareció cuando Leah estaba sola. Ambos se eligieron. Como quien encuentra un sofá perfecto para afilar las uñas y decide nunca más buscar otro.
Viajan sin prisa, pero sin pausa. Ya conocen Colombia, Ecuador y Perú. Les falta Venezuela y el norte de Brasil. Y mientras sigan rodando, la historia seguirá creciendo, ladrido a ladrido, maullido a maullido.
Y tú, lector de hocico curioso y espíritu motero…
¿Has considerado adoptar a tu compañera de viaje en lugar de buscarla?
Cuéntanos en los comentarios si has rodado con tu mascota o si sueñas con hacerlo. ¡Nos encanta leer historias con patas y corazón!
1 Comentarios
Les cuento una historia y algun dia te la comparto, si bien tengo auto, pero Sasha nuestra mascota es nuestra compañera de viaje, a donde vamos siempre vamos con ella es una criolla hermosa, sensible, obediente, noble.