Una vez más nuestra colaboradora Karol Jiménez «Mochigata» nos comparte una historia de motos protagonizada por una mujer. Se trata de Maye quien se animó a descubrir el sur del continente y valió la pena. Los dejamos entonces con la aventura de Maye la motoviajera del alma.
Maye la motoviajera del alma: una historia de coraje y resiliencia escrita en los caminos de Suramérica
Ella es Maye la motoviajera colombiana que se dio el gusto de iniciar la ruta por el Sur del continente americano y a pesar de todo y no desfallecer en el intento
Esta es la historia de Maye, una muchacha que decidió no vivir pensando en lo que pudo haber sido. Sobre dos ruedas atravesó Suramérica, entre el ripio y el cielo abierto, donde encontró algo más que paisajes: se encontró a sí misma. Esta es una ruta de amor propio y de caídas que enseñan
Por: Karol Jiménez. Periodista. Madre de una gata motoviajera y un pequeño explorador. Blogger en @Mochigata
Es campeona en motovelocidad.
Ha subido varias veces a un podio y sostenido trofeos en sus manos.
Sabe lo que es volar en pista.
Pero algo adentro le dice que su viaje es otro.
Uno más largo, más profundo, más libre.
Por eso la muchacha, después de meses de ver mujeres motoviajeras que la inspiran un día empaca los repuestos básicos, un kit de herramientas, otro de primeros auxilios, una carpa y una colchoneta especializada, se sube a su Yamaha FZ16.
Y arranca.
Para Maye la motoviajera colombiana, la ruta fue una catarsis
La chica va con su pareja.
Se prometen un año de ruta.
Pero el amor no resiste el camino.
Él volvió a Colombia a los seis meses.
La muchacha, después del duelo, elige seguir en su motocicleta.
Al principio carga de todo.
Pero pronto aprende que en la ruta menos es más.
Que una carpa cuatro estaciones puede ser hogar.
Y que una licra pesa menos que un jean mojado.
El miedo se asoma muchas veces.
Pero ya sabe: no es valiente quien no siente miedo, sino quien pese a sentir ese miedo, sigue adelante.
No quiere terminar su vida preguntándose qué habría pasado si…
Así que se lanza a la ruta sin mirar los carteles de: Retorno.
Las noches son suyas
Sus noches empiezan temprano.
A las seis ya está buscando un lugar donde dormir:
un camping, un hostal, la casa de un motociclista, una motoposada.
Donde sea que pueda extender su saco y sentir que ese lugar, por una noche, es suyo.
Cuando acampa bajo las estrellas, todo se detiene.
La muchacha recuerda especialmente una noche en la Laguna Quilotoa, en Ecuador.
Desde su carpa puede ver el borde del volcán.
Las nubes pasan rápidamente, en una especie de bucle.
Ella respira profundo y piensa que hay momentos que no deberían acabarse nunca.
Ese es uno.
A veces comparte la noche con otros viajeros, guitarras y muchas historias.
Otras veces la acompaña el silencio.
Y las estrellas.
Lugares soñados
De cada país guarda imágenes preciadas en la memoria.
La costa ecuatoriana con playas de postal,
la nieve en la Cordillera Blanca del Perú,
las Catedrales de Mármol en la Carretera Austral de Chile,
el Glaciar Perito Moreno en Argentina.
El Fin del Mundo en Ushuaia.
Las cascadas de Misiones.
El calor húmedo del Parque Nacional Santa Teresa en Uruguay.
Y el olor insoportable de los lobos marinos en Mar del Plata, que le comparte por videollamada a su hermana entre risas.
En todos esos paisajes le ha pasado lo mismo:
quedarse sin palabras.
Sentir que está en otro planeta.
Pensar que el mundo es demasiado grande para no salir a buscarlo.
Caída
La mujer va por la Carretera Austral, un tramo de asfalto después de horas de barro y montaña.
A su compañero lo persigue un perro. Él acelera.
Ella cree que el animal se va a quedar ahí.
Pero no.
Se devuelve, se cruza en su camino.
No puede esquivarlo porque en el otro carril viene un auto.
Lo arrolla.
El impacto hace que la moto se voltee, ella resbala y cae.
El casco se raspa. Su espalda duele.
El perro muere.
La moto queda herida.
Ella también.
Pero sigue.
Esa noche, una mujer que la escucha hablar por teléfono, acerca de su accidente, en una cafetería le ofrece hospedaje.
Al día siguiente, otros motociclistas la llevan al mecánico.
Los daños son muchos: cúpula rota, maleteros abollados, barras desalineadas.
Sin contar que su cámara Gopro, con la que registraba todos los momentos del viaje, dejó de funcionar, así como su intercomunicador.
Pero no está sola.
La comunidad la abraza.
Motociclistas le transfieren dinero, El grupo de Confederación Internacional de Mujeres Biker, al que pertenece, le ayudaron con un ‘Lukaton’, la gente le compra artesanías que vende,
le regalan ropa térmica, la ayudan sin que ella lo pida.
Y eso es lo que más recuerda del accidente:
la humanidad.
Reconstrucción
La muchacha siente que el dolor más profundo que ha tenido durante el viaje no ha sido físico.
Fue emocional.
La separación.
Las amenazas.
Las humillaciones.
Volver con su expareja a Colombia a arreglar temas legales.
Ver cómo lanzaba sus cosas en una terminal.
Sentirse pequeña, rota, con miedo de hablar.
Querer callar para que no se supiera su gran secreto
Un secreto del que ya salió
Del que ya sanó.
Pero lo habla
Vuelve a armar su ruta.
La renombra.
Vuelve a armarse a ella misma.
Amor propio
Durante el viaje se reconstruyó.
Aprendió a hablar de amor propio sin adornos.
A nombrar la tristeza sin vergüenza.
A decir que estuvo internada por depresión.
Y que salió.
Y que sigue saliendo todos los días.
Montada en su motocicleta, en cada frontera, en cada encuentro.
Porque si lo cuenta, quizás otra mujer sepa que se puede salir del miedo.
Que se puede sanar en movimiento.
Y que en la ruta, a veces, el camino más largo es hacia dentro.
Agradecemos a Maye la motoviajera que compartió con nosotros su historia
Encuentros
En la ruta conoce a muchos.
Viajeros solitarios, familias nómadas, niños que corren al ver su motocicleta.
Gente que la acogió en su casa sin pedir nada a cambio.
Otros motociclistas que le enseñan técnicas, comparten herramientas, o simplemente una bebida caliente y una charla bajo el cielo patagónico.
Con el tiempo, volvió a abrir el corazón.
Después de casi seis años de andar sola, se permitió volver a viajar acompañada.
Ahora lo hace con alguien que también elige la ruta como forma de vida.
Comparten el amor por el viaje y por las pequeñas cosas:
una puesta de sol, una buena comida, una ducha caliente después de días de ripio.
Confiar en ella misma
El viaje le enseñó que todo se improvisa,
que una varada no es el fin del mundo,
y que la fe en la humanidad se recupera todos los días.
Al inicio, le tenía miedo al ripio.
Caía seguido.
Su pareja de entonces no le tenía paciencia.
Pero luego, otros amigos le enseñaron:
a frenar con confianza y a confiar en ella misma.
Y entendió que caerse era normal porque se podía volver a levantar.
Y que los mejores paisajes están después de una ruta difícil.
Momentos inolvidables
- Las líneas de Nazca.
- La Mano del Desierto.
- Las Catedrales de Mármol.
- Ushuaia.
- Punta del Este.
- La nieve en la Cordillera Blanca.
- El avistamiento de ballenas en Ecuador.
- Cada uno de esos lugares era un sueño.
- Y llegar en su moto fue, más que un logro, una victoria personal.
La mujer de hoy
Hoy, después de más de cinco años en ruta, no es la misma que salió de Colombia.
La mujer de hoy ha vivido la alegría de tocar el hielo en el sur del mundo
y el dolor de recoger sus cosas del piso tras una discusión en un terminal de buses.
Ha sentido el viento de la Patagonia en la cara
y el frío de la indiferencia en la piel.
Ha dormido bajo cielos tan estrellados que parecen mentira
y también en camas prestadas, con el corazón en pausa.
Pero sigue.
Porque ya no tiene miedo.
Hoy es más liviana, no por la ropa que dejó, sino por lo que soltó en el camino:
La necesidad de complacer, la vergüenza de contar su historia, la culpa de elegir su libertad.
Hoy sabe que el viaje no es escapar, es volver a sí misma una y otra vez.
Y aunque a veces se siente cansada,
también se siente invencible.
Sobre Maye
Esta historia está basada en la vida de Maryury Prada o Maye, como la conocen en el mundo de las motos, quien el 17 mayo de 2019, dejó su vida en Colombia, para viajar por Suramérica. Y así lo ha hecho durante seis años. A la fecha ha recorrido ocho países de Suramérica, incluyendo Colombia.
Aunque nació en Bogotá, vivió en el caribe colombiano. Maye estudió Administración de Empresas y Mercado e hizo un diplomado en Visita Médica, que la validó para trabajar en laboratorios farmacéuticos como ejecutiva comercial de cuentas institucionales y visitadora médica.
En su tiempo libre competía en pistas de motovelocidad con su moto Ninja Kawasaki en la categoría 300cc mixta y femenina siendo campeona en esta última en diferentes válidas de campeonatos tanto en kartódromos como el autódromo de Chía.
Ella empezó su viaje con su pareja, quien a los seis meses regresó al país, durante mucho tiempo viajó sola en su Yamaha FZ16, pero ahora decidió compartir ruta y vida con otro motoviajero colombiano.
(Pueden conocer más de su viaje en https://www.instagram.com/mayemotoviajeracolombiana/ )