Al llegar a Riohacha ya habíamos cumplido con la primera parte de nuestro objetivo y las motos habían soportado el castigo de los días anteriores, pero todavía faltaba lo más duro de la prueba, llegar hasta el Cabo de la Vela.
Este texto hace parte de la Edición impresa #51 del mes de octubre del 2004
Para el tercer día de viaje, la idea era llegar al Cabo de la Vela alrededor de las diez y media de la mañana por lo que nos pegamos una madrugada olímpica; a las cinco estuvimos listos en la puerta del parqueadero para sacar las motos. El hombre que nos atendió, fue quién nos resolvió el misterio de las placas: resulta que ante la inmensa cantidad de carros robados en Venezuela, la DIAN llevó a cabo el año pasado una amnistía con la que acogieron todos los vehículos hurtados hasta la fecha, los legalizaron y les dieron esas placas color verde y blanco para identificarlos.
Ahora esos carros, que son casi todos, sólo pueden circular dentro del departamento y por supuesto no pueden ni arrimarse a la frontera.
Siguiendo con la madrugada, una vez todo estuvo listo tomamos rumbo al Cabo, pero antes debíamos buscar gasolina y comprar aceite para ambas motos y así como por allá es fácil encontrar gasolina en cualquier parte, es igualmente difícil conseguir lubricantes de marca; cuando los vimos exhibidos en la vitrina de una bomba, nos sentimos salvados, pero la verdad fue que allí perdimos el madrugón esperando hasta las siete de la mañana a que llegara el encargado, pero bueno, al menos podíamos seguir tranquilos sabiendo que los motores no se iban a secar.
A propósito, respecto al consumo de aceite de la dos tiempos, esta era la segunda vez que le debíamos llenar el tanque, la primera fue a la salida de Cartagena pasados los 700km, ahora habían pasado sólo 417km pero hay que tener en cuenta que al motor se le exigió más y que la resistencia opuesta por el viento era demasiado recia para una máquina tan pequeña, disparando el consumo. En el caso de la AK 110, era muy poco lo que había consumido el monocilíndrico de 4 tiempos, pero preferimos llevarla por arriba del nivel máximo y sabíamos que el aceite sobrante no estaría de más.
Cuando se sale de Riohacha rumbo al Cabo de la Vela la ruta es la siguiente: se toma una recta de unos 60 km. luego de los cuales se llega a un cruce de caminos conocido como Cuatro Vías sobre el que pasan, a unos seis o siete metros de altura, los rieles del tren del Cerrejón; justo en el momento que llegábamos, pasaba una locomotora, un mamotreto impresionante que visto desde abajo parecía aún más grande e imponente.
En este lugar, donde se puede conseguir la gasolina en pimpinas (canecas), se gira hacia la izquierda, paralelos a la vía férrea y se sigue derecho durante una media hora hasta llegar a un nuevo cruce con tres opciones.
A la derecha está el paso del ferrocarril donde nos topamos con otro tren al que le contamos dos locomotoras y 82 vagones, que equivalen más o menos a un kilómetro y medio de longitud; luego está la población de Uribia en la que hallamos la única gasolinera por esos lados.
Cuando nos detuvimos en este sitio para tanquear y desayunar, nos iba volviendo locos la manera de pitar de los conductores en esta pequeña población; sin embargo tras un análisis concluimos que el fenómeno no se debía al afán de la gente, sino más bien a que les gusta mucho saludarse, son muy amistosos y al parecer todos se conocen con todos por lo que pitar es algo así como un acto de cortesía.
Las Salinas de Manaure ofrecen una panorámica única
Del lado opuesto de Uribia, es decir a la izquierda del cruce, se llega a Manaure que dista unos 27 km. por supuesto no podíamos ir a la Guajira sin conocer las salinas por lo que hacia allá nos dirigimos. Manaure es un lugar pequeño a orillas del mar que gira en torno a la explotación de la sal marina y la extracción del gas.
Para acceder a las salinas es necesario solicitar una autorización especial al ingeniero encargado en la refinadora, de esto nos enteramos cuando ya habíamos llegado a la segunda portería que delimita el acceso, un poco tarde tal vez, pero afortunadamente el hombre que vigilaba nos permitió seguir por un camino alterno.
Confieso que me decepcioné un poco al no encontrarme con las montañas de sal que esperaba ver, pero en cualquier caso, fue una berraquera estar en ese lugar, las salinas son hectáreas y hectáreas de tierra en las que la sal se extrae por evaporación del agua, los colores que predominan son el azul del cielo y del océano que está al fondo y el blanco de la sal extraída, pero sobre aquella que aún no ha sido recogida, hay una capa de agua con tonos ocre y rojizos que le dan un encanto mayor al panorama.
Hubiésemos querido seguir hacia el parque donde se ven los flamencos rosados y al que se accede desde las salinas pero ellos se reúnen entre febrero y abril por lo que ese plan quedó pospuesto hasta una nueva ocasión.
Luego de unas cuantas fotos retomamos el rumbo de vuelta hacia Uribia y el cruce de caminos, una vez allí, seguimos la ruta que finalmente nos llevaría hasta nuestro destino. Pero primero tendríamos por delante 65km de destapado, tramo que obviamente fue el más duro para las motos.
Los primeros 48 km los recorrimos sobre una recta en buenas condiciones pero con mucha piedra suelta, al principio el sentido común nos recomendaba llevar un ritmo prudente no sólo por temor a una caída o un pinchazo, sino por consideración con nuestras máquinas, pero pasados unos minutos no hubo más cortesías para nadie y pronto rodábamos a 80km/h, pensando en que los chinos que fabrican estas máquinas jamás se imaginarían lo que en Colombia les estábamos haciendo.
Pues bien, las dos motocicletas se portaron a la altura y soportaron con creces ésta primera etapa de excesos, que no fueron los únicos. Cuando encontramos la desviación hacia el Cabo de la Vela, nos vimos en medio de un camino improvisado que en realidad son muchísimas huellas que se cruzan una y otra vez pero que al final llegan al mismo sitio; este camino, atraviesa un terreno arenoso que por tramos es firme y en otros parece la piscina de arena de un jardín infantil, con subidas, bajadas y curvas en las que al estilo París Dakar – guardando las proporciones- nos dimos rienda suelta para derrapar, hacer zig-zag, quedar enterrados y jugar todo lo que quisimos sobre las motos.
De improviso en medio del juego, la arena y el Trupijo (ese arbusto que abunda en la zona), nos topamos con un letrero dándonos la bienvenida al Cabo de la Vela, faltaba ya muy poco, de hecho desde ese punto se divisaba el mar en el horizonte, grata sorpresa y satisfacción de una parte aunque por otro lado las ganas de seguir divirtiéndonos, en nuestras improvisadas “enduro” eran muy grandes.
También subimos por un sendero hasta el faro, donde el fuerte viento nos obligaba a sostener las motos
El Cabo de la Vela es un lugar absolutamente pintoresco y cautivador. Se trata de unas cuantas construcciones que, con la excepción de la iglesia evangelista, el puesto de salud, la estación de policía y unos tres o cuatro hospedajes, están hechas con cactus secos, o yotojoro como le llaman en lengua Wayúu.
El sitio por su distribución recuerda los poblados de películas del viejo oeste, una especie de vía separa las dos hileras de casas, todas con vista al mar, la vegetación es casi nula y el viento sopla de un modo impresionante.
Cuando bajamos de las motos ante la mirada curiosa de todos los que andaban por ahí, pues al parecer nadie había ido hasta allá en unas motos tan pequeñas e “inapropiadas” para el lugar, descansamos un rato y decidimos cuál era el rumbo a seguir. De acuerdo con lo presupuestado, la idea era ir hasta el Cabo y regresar el mismo día hasta Riohacha, pero ante la vista del lugar y la oportunidad única que teníamos de pasar la noche allá, decidimos que lo mejor era quedarnos.
Sobre las AKT disfrutamos al máximo rodando en el desierto y contemplando los espectaculares paisajes. Es de admirar cómo estas motos nos llevaron sin problemas al Cabo de la Vela.
Desde el “Caserío del Cabo” se pude ir al Faro que es el punto más extremo o la punta del cabo si se quiere, se llega también al cerro de la Virgen y a la playa de Azúcar. Para subir al faro el camino es bastante escarpado y angosto no apto para vehículos, no obstante nos aventuramos a subir con nuestras compañeras, inteligente decisión.
Muy divertido resultó el ascenso y sí en la playa el viento era fuerte, por allá arriba no había forma de soltar las motos a menos que las quisiéramos ver en el piso, de hecho, en un descuido con una ráfaga de viento la 100 se fue a tierra, quedando con el manubrio y la farola un poco torcidos.
Al bajar del faro nos pusimos a dar vueltas por las cercanías. El terreno era apto para unas motos de enduro pero al no tener ninguna a la mano, buenas fueron las AKT. En esto consistió la segunda etapa del abuso excesivo; pasamos por entre grietas, subimos los cerros, rodamos por la playa e incluso las metimos al mar, evocando las imágenes de otros aventureros. Al caer el atardecer, llegó el momento de una pausa, tiempo para bañarnos en el mar y descansar, caminar por la playa, comer un delicioso pescado, pero sobre todo, de disfrutar en nuestras hamacas del silencio, la calma y la magnífica noche estrellada.
Habíamos cumplido con la primera parte de nuestro objetivo, y hasta ahora las motos se habían comportado perfectamente. Soportaron con creces el maltrato que les propinamos, ninguna de las dos dio señas de desajuste, no les apareció ruido alguno, cada una mantuvo el rendimiento sin decaer y dormimos tranquilos sabiendo que en nuestras manos teníamos unas máquinas confiables y supremamente aguantadoras.
El día siguiente comenzó en medio de una paz deliciosa, un buen desayuno, una última zambullida en el mar antes del baño con balde porque allá no hay agua potable – ni luz eléctrica- y el balde se paga a 1000 pesos cada uno. Recogimos todo y alistamos las motos mojándolas con agua dulce para quitarles un poco la sal, lubricamos las cadenas y llenamos los tanques con gasolina de pimpina.
Un tanto nostálgica la partida, pero tocaba; aquel día nos habíamos propuesto llegar hasta Santa Marta por lo que pronto nos pusimos en camino. Pasamos Uribia y seguimos, cuando íbamos aproximándonos a Cuatro Vías noté que la 110 en la que viajaba Mauricio tenía la llanta trasera con poco aire, cosa que me preocupó pues podía costarnos una varada con el consabido retraso.
Así se lo hice saber cuando llegamos al cruce, pero al no disponer de ningún lugar para echarle aire, simplemente seguimos confiando en nuestra suerte. Hicimos bien en no preocuparnos más por esa llanta por que igual llegó así hasta Rioacha, la que se estalló fue la trasera de la AK100 cuando estábamos casi a mitad de camino, en medio de la nada y sin ninguna sombra en el horizonte.
Resultó que el neumático se rajó en la base de la válvula, nos tocó entonces bajar la rueda y cambiarlo bajo un sol inclemente, dando gracias a que teníamos uno de repuesto; la cosa iba bien hasta que caímos en cuenta, tras un buen rato de estar intentando inflar la llanta, que el inflador se había dañado, en esto perdimos algo más de una hora en medio de ese infierno y resolvimos la situación con un spray inflador que nos permitió retomar la marcha, pero no contamos con las consecuencias de aquella asoleada.
Los trenes del Cerrejón son tan largos que se pierden en el horizonte, jalados por sus imponentes locomotoras. Hermosos momentos los que se viven en la ruta al Cabo de la Vela
Unos cuantos kilómetros más adelante, debido al intenso calor y a la falta de líquidos, quien esto escribe empezó a dar señales de deshidratación, lo que nos obligó a realizar más paradas de las necesarias y a rebajar un poco el promedio de velocidad alargando la jornada; para rematar cuando ya nos faltaba muy poco para llegar a Santa Marta, nos detuvieron en un reten militar instalado para evitar la circulación de las motocicletas, debido a una protesta campesina que tenía lugar en una población cercana.
Primero nos dijeron que la detención sería hasta las cinco de la tarde (eran apenas las tres y media), luego ¡¡que hasta las ocho!!, bastante desconsoladora resultaba la situación pero como todo en la vida, lo malo siempre tiene algo bueno y uno de los soldados notó que estaba tomando suero, lo puse al tanto de mi situación y al parecer quedó conmovido pues convino con sus lanzas en dejarnos continuar.
Con semejantes playas en el Cabo de la Vela, no pudimos resistir la tentación de un baño con todo y moto
Al final del día logramos llegar a Santa Marta donde pudimos descansar, cosa que contribuyó a disminuir el malestar que sentía. Desde allí nos quedaban dos días para culminar la aventura, el primero iríamos hasta Caucasia y el siguiente a Medellín; etapas que transcurrieron sin percances. Cuando llegamos, seis días después de la partida habíamos recorrido en total 2.548 inolvidables Kilómetros.
El desierto es parte vital de este viaje al Cabo de la Vela, hay que estar preparados
Balance Final de nuestro viaje al Cabo de la Vela
Las motos merecen una calificación muy alta, soportaron el recorrido completo sin falla alguna, los pocos percances sufridos con la 100 son asuntos menores que no comprometen en lo más mínimo su desempeño; muy bien el motor, demostró a los detractores del dos tiempos que una máquina de este tipo y esta procedencia puede soportar el uso y el abuso, siempre y cuando se le dé un manejo racional, cosa que seguramente agradecerán sus compradores.
Adolece definitivamente de un freno trasero deficiente y de una suspensión que se puede mejorar, mostró unos promedios de consumo normales con 125 kilómetros por galón para todo el trayecto y respecto al consumo de aceite promedió unos 800km por cuarto, cifra que debe mejorar bastante en el uso normal.
De la 110 poco más podemos agregar, repetimos que es una lástima el alto nivel de vibraciones cuando se le exige al límite, pues resulta incómodo al usarla en etapas largas, pero aparte de esto nada más merece comentario y en ciudad que es donde seguramente vivirá la mayor parte del tiempo este aspecto pasará por completo desapercibido.
También hay que decir que soportó los 2.500km sin ningún problema, incluidos 130km de terreno destapado, rodando a fondo, sin que se le desajustara ni siquiera un radio de las ruedas y su motor a lo largo de todo el viaje nunca dio señales de recalentamiento o fatiga, aún cuando la exigencia estuvo muy por encima del uso normal y esto habla por sí mismo de la clase de vehículo que es. En conclusión de las AKT se puede decir que superaron la prueba y de La Guajira, que es un lugar que les vale la pena conocer.
Cifras:
- Todo el viaje nos tomó 6 días y 2.548 km saliendo desde Medellín.
- En total las dos motos consumieron 28 galones de corriente.
- La AK 100 gastó 22 galones y la AK 110 consumió 16 galones.
- En cuanto a promedios, el menor consumo de la 100 fueron 143 km por galón y la 110 llegó a dar 202 km con un sólo galón. En contraste con estas cifras, el mayor consumo de la 100 fue de 112 km por galón y de la 110 fue de 125 km por galón.
- La AK 100 se gastó en promedio un cuarto de aceite cada 800km.
- La diferencia en el tamaño de los tanques se nota en las 24 tanqueadas de la 110 frente a 11 de la 100.
Recomendaciones para viajeros al Cabo de la Vela:
Aquí encontrarán algunas sugerencias que les pueden ser de mucha ayuda si piensan ir de viaje a La Guajira y hasta el Cabo de la Vela.
- Muy importante llevar la moto en perfectas condiciones y un kit de herramientas básico que incluya todo lo necesario para un eventual pinchazo.
- Es importante llevar antisolar, un pequeño botiquín con lo básico, sombrero o cachucha y dado el intenso calor, siempre cargar agua potable. El Cabo de la Vela es hermoso pero hay que cuidarse de los elementos.
- En algunas zonas de La Guajira es fácil perderse, por eso recomendamos viajar en el día, seguir los caminos demarcados y preguntar a los pobladores.
- Antes de planear el viaje es importante conocer el estado del clima, por que las lluvias complican bastante el tránsito por los caminos de arena.