Rodar en la Patagonia Argentina obliga a hacerse amigo de la inmensidad, ya que es un territorio cuyos paisajes infinitos nos van a hacer sentir absurdamente pequeños; también hay que aprender a sentirse bien con la soledad, no en vano es uno de los lugares menos poblados del planeta; pero en especial tendremos que aprender a convivir con el viento, pero no cualquier viento, aquí hay días en los que ni siquiera los camiones más grandes se atreven a desafiarlo. Pero eso hay que vivirlo para entenderlo.
Tener el viento empujando por la espalda es una sensación tan extraña, como resulta de aterrador sentirlo de lado cuando sus ráfagas superan los 50 km/o o mucho más.
Nosotros tuvimos bastante fortuna y la mayor parte del tiempo el viento nos trató con suavidad, muchos kilómetros nos empujo con fuerza desde atrás, siendo de las cosas más extrañas que hemos sentido en moto, ya que es como tener un motor invisible que nos hace avanzar casi sin tocar el acelerador y en un silencio que resulta muy raro, al mismo tiempo que el frío desaparece y se transforma en calor, incluso los motores suben de temperatura al no tener nada de viento que los ayude a disipar el calor.
Ver los pingüinos en su hábitat natural es un plan al que pocos pueden acceder y Ángela lo disfrutó.
Pero lo que nadie desea y para lo que uno nunca esta preparado es para el viento lateral, ese que nos quiere sacar de la vía, o peor aún, que nos manda al carril contrario. Es de las sensaciones mas aterradoras en una moto y lo único que se puede hacer es resistir y batallar con fuerza. Hubo un tramo de unos 8km, bordeando el Lago Sarmiento, en dirección a la ciudad de Comodoro Rivadavia, donde por momentos creímos que íbamos a perder la pelea, afortunadamente la vía dio un giro a la izquierda y nuevamente esta fuerza invisible quedó a nuestra espalda, pero fue más que suficiente para entender que al viento de la Patagonia se le respeta.
Naturaleza en todo su esplendor
Esta tierra agreste y solitaria también encierra tesoros únicos, así fue como pudimos disfrutar de una increíble caminata en medio de pingüinos en Punta Tombo, donde reside por unos meses la mayor colonia de estas hermosas y simpáticas aves de la especie Magallanes, que supera en algunas época el millón de individuos.
También fuimos a ver lobos y elefantes marinos con sus crías, que en las playas de la península de Valdés encuentran un refugio ideal para que los pequeños aprendan a nadar en sus primeras semanas de vida, pero al mismo tiempo algunos se convierten en alimento de las orcas, en una increíble cacería en la playa, que solo se puede ver en este lugar del mundo, donde este majestuoso depredador de los mares se arriesga a quedar varado en la arena en una maniobra muy delicada que le permite llevarse las crías en un abrir y cerrar de ojos.
Aunque pasamos horas a la espera, no tuvimos la suerte de verlo y nos debimos conformar con las impresionantes fotos que hay en un museo que hace parte de esta reserva natural que vale la pena ser visitada.
La Patagonia argentina tiene un poco de todo para mostrarnos, como esta escena
Reencuentros
También la Patagonia Argentina nos llevó a reencontrarnos con Tracy, amiga viajera canadiense que va recorriendo el mundo sin prisas en compañía de Roo, una afortunada perrita que encontró en las playas del caribe colombiano y que no dudó en subirse a la moto para volverse en toda una aventurera que ya suma miles kilómetros y muchas fronteras.
Fue un grato reencuentro con nuestra amiga y también viajera Tracy y claro con Roo, su mascota colombiana.
Después de varios miles de kilómetros en este territorio indómito, donde también disfrutamos algunas bellas playas y algo de calor que no sentíamos hacia mucho tiempo, volvimos a apuntar nuestras ruedas delanteras hacia la cordillera de Los Andes, para ir a buscar nuevas rutas y lugares mágicos de estas montañas que ni siquiera estaban en los planes, pero que nos dejarían absolutamente enamorados.
Este artículo se publicó en la revista impresa # 173 del mes de julio del 2024